Acoger y acompañar a las nuevas generaciones
Resumen del encuentro con el Cardenal Luis Antonio G. Tagle en Barcelona
El sábado 5 de marzo, el Cardenal Luis Antonio G. Tagle ofreció una charla en relación al acompañamiento a los jóvenes. «En cualquier debate sobre cómo tratar a los jóvenes de hoy, es necesario entender su contexto», remarcó.
Conferencia del Cardenal Tagle «Acoger y acompañar a las nuevas generaciones»
Agradezco al cardenal Omella ya los organizadores de este coloquio sobre una cuestión tan urgente: la acogida y el acompañamiento de las personas, especialmente de los jóvenes. Todos necesitamos ser acogidos y acompañados. Todos tenemos la responsabilidad de acoger y acompañar a los demás. En mi intervención me centraré en los jóvenes.
En cualquier debate sobre cómo tratar a los jóvenes de hoy, es necesario entender su contexto. He investigado un poco. Ha habido muchos estudios sobre este tema. Para la primera parte de mi conferencia, compartiré algunos resultados de una encuesta realizada por la Fundación Gravissimum Educationis, fundada por el Papa Francisco en 2015, que apoya la educación integral y la convivencia fraterna. En preparación del Sínodo de los Obispos de 2018, sobre el tema «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional», la Fundación hizo una encuesta en la que participaron 16.773 jóvenes de entre 16 y 29 años, que estudian en 68 universidades y 28 escuelas (instituciones católicas y no católicas) presentes en los 5 continentes. Aunque la encuesta se centró en los retos educativos a los que se enfrentan los jóvenes de hoy, los resultados describen sus contextos en tres áreas principales: YO, NOSOTROS y ELLOS. Citaré partes del estudio que nos serán útiles. Por favor, tened paciencia con las citas largas. Os animo a escuchar paciente y meditativamente las voces de los jóvenes reflejadas en los resultados de la encuesta.
Primera parte
«…uno de los mecanismos que muchos jóvenes podrían estar utilizando para evitar verse abrumados por la angustia de la incertidumbre es concentrarse en el presente, lo que, a su vez, les animaría a buscar el sentido en sus círculos inmediatos y cercanos. En la satisfacción que expresan sobre su vida actual subyace el peligro de que no se aventuren a salir de esos pequeños grupos y ampliar sus horizontes. Además, los resultados sugieren claramente que muchos jóvenes desarrollan en compensación un yo omnipotente para afirmar el autocontrol, por lo que piensan que pueden hacer cualquier cosa que se propongan y confían en que pueden lograrlo por sí mismos. Esto puede dar lugar a un sentimiento de autosuficiencia en el que no cuentan con los demás e incluso llegan a desconfiar de los demás, excepto de los que pertenecen a su propio círculo, porque pueden resultar un obstáculo en su camino. Mantener este yo omnipotente y autosuficiente en el contexto de incertidumbre en el que viven hoy en día requiere una reafirmación constante y el consiguiente reconocimiento de los demás. Como indican varios estudios sobre jóvenes, muchos buscan esta reafirmación exhibiéndose y exhibiendo lo que hacen de forma casi compulsiva en las redes sociales para recibir constantemente un «me gusta» de su círculo y de cualquiera que acceda a su perfil».
«Los tres aspectos (de un total de 11) mencionados con más frecuencia por los jóvenes en cuanto a la proyección de su sentido del «yo» son sus intereses, gustos y valores personales, y en tercer lugar, sus propios planes de futuro. Pocos se presentarían ante los demás refiriéndose a lo que hacen sus padres y a la universidad a la que van y aún menos mostrarían sus creencias religiosas y políticas. Lo que prima en estas respuestas es la imagen de unos jóvenes centrados en sí mismos; un yo autorreferencial, para el que el valor vive en su interior y en lo que quiere y cree ser más que en la pertenencia a grupos sociales especiales… Para preservar este yo autorreferencial, los jóvenes tienden a limitar el ámbito de sus intereses a su círculo inmediato y cercano, lo que les ofrece la libertad de desarrollar su identidad apoyados en la seguridad de lo familiar… La omnipotencia y la autosuficiencia del yo que los jóvenes presentan al mundo es, pues, hasta cierto punto ilusoria, ya que reduce la ansiedad creada por la incertidumbre que experimentan y les lleva a buscar la aprobación en pequeños grupos de iguales a los que se parecen».
«…lo que prima en los proyectos de estos jóvenes es el deseo de alcanzar la estabilidad y el bienestar personal, un bienestar que también puede llevarles a priorizar lo que les hace sentir bien o felices por encima de cualquier otro logro. Esto sugiere que no están dispuestos a hacer grandes sacrificios para alcanzar ciertas metas que podrían desear y que, en cambio, ajustan sus objetivos a lo que es más fácilmente alcanzable… El limitado horizonte en el que se desenvuelve el yo de los jóvenes se demuestra también a través del escaso interés que la religión tiene para ellos, ocupando uno de los últimos lugares en la lista de aspectos que declaran formar parte de su identidad. Sorprendentemente, esto no significa que no se identifiquen con una fe religiosa específica… Sin embargo, no se deduce que los jóvenes practiquen su religión… ni que su religión sirva de guía para las decisiones que toman en la vida… En cualquier caso, hay una práctica a la que los jóvenes sí se adhieren independientemente de su fe, a saber, la oración privada. De nuevo, esto apunta a la tendencia subjetiva e individualista del sentido del yo de los jóvenes».
«El autor (Byung-Chul Han) añade: «Los habitantes digitales de la red no se reúnen. Carecen de la interioridad de la asamblea que daría lugar a un ‘nosotros’. Forman una reunión sin asamblea, una multitud sin interioridad…». También afirma que «los sujetos de la economía neoliberal no constituyen un ‘nosotros’ capaz de actuar colectivamente. El creciente egoísmo y la creciente atomización de la sociedad hacen que se reduzca el espacio para la acción colectiva. Nos hemos convertido en individuos aislados, lo que caracteriza a la sociedad actual no es la multitud sino la soledad”».
«…vivimos en una sociedad que no solo no muestra preocupación por las generaciones presentes, sino tampoco por las futuras… Vivimos en una sociedad de individualismo y despreocupación por los demás, a lo que podemos añadir, como causa o efecto, una profunda desigualdad… Esta es la sociedad en la que viven nuestros jóvenes y los datos de la encuesta indican, lamentablemente, que ni la familia, ni sus centros educativos están haciendo lo suficiente para promover la formación social de los jóvenes; para generar un cambio hacia una sociedad más fraternal. Una sociedad en la que el «nosotros» se extienda más allá de la pequeña familia o del grupo de iguales con el que conviven a diario… La familia y los centros educativos, lugares donde los jóvenes se encuentran con otros, se han convertido en una experiencia en la que los horizontes se estrechan en lugar de ampliarse; formando un círculo cerrado e impenetrable, haciendo del «nosotros» una experiencia principalmente preocupada por el yo, «una mera prolongación del yo»».
«Vivimos en una sociedad cada vez más globalizada, más interconectada, con más redes y, sin embargo, paradójicamente, cada vez nos preocupamos menos por los demás. Aunque estamos más conectados, no nos comunicamos más… En este comportamiento de reducción de los círculos de lealtad o de retraimiento social, subyace la creencia de que estamos solos frente a las distintas instituciones sociales que operan en el propio país: no podemos confiar en los sistemas políticos, judiciales, sanitarios o sociales ni en las fuerzas del orden».
«Los datos de la encuesta aquí analizada indican también un alto nivel de desconfianza de los jóvenes hacia los demás y un nivel muy bajo de participación en las organizaciones sociales, lo que podría ayudar a promover comportamientos, actitudes y valores cívicos que amplíen la confianza en las instituciones y fomenten el compromiso cívico… Los datos de la encuesta indican que los jóvenes utilizan las redes sociales como una forma de vincularse con los demás, pero rara vez para crear un espacio de encuentro con ellos, sino más bien como un espacio para exhibirse a sí mismos… Esta oportunidad de exhibirse ha resultado mucho más atractiva hasta ahora; se ha dedicado mucho más esfuerzo a construir refugios que a derribar muros y abrir ventanas (Bauman)».
Les invito a que se detengan y asimilen lo que acabamos de escuchar. ¿Puedes imaginar lo que pasa por la mente y el corazón de los jóvenes que han participado en la encuesta? Intenta imaginarte a ti mismo como uno de ellos. Recuerda que los mundos que habitan los jóvenes hoy son los mundos que nosotros también hemos creado para ellos.
Segunda parte
¿Los contextos descritos anteriormente te sorprenden o te inquietan? ¿Confirman tus experiencias y observaciones sobre los jóvenes? Estamos de acuerdo en que nos plantean un reto. Pero los mismos contextos ofrecen un terreno fértil y oportunidades únicas para acoger y acompañar a los jóvenes. Como están buscando su identidad, una comunidad y personas en las que confiar, están dispuestos a ser acogidos y acompañados.
Permítanme empezar por acoger a Jesús y dejar que nos acompañe. Esto es la fe. Recordemos que la fe en Jesús como Señor es un don del Espíritu Santo (I Cor. 12, 3). Nuestra primera tarea es rezar al Espíritu Santo para que conceda la fe a los jóvenes. Una forma especial de acompañar a los jóvenes es la evangelización. También rezamos para que el Espíritu Santo, que es el principal agente de evangelización, nos transforme en compañeros de discernimiento, creativos, valientes y celosos de los jóvenes en la fe cristiana.
Compartir la fe significa, principalmente, compartir a Jesús, el amor de Dios en carne humana. Compartir a Jesús es compartir la bondad, la misericordia, la justicia y la verdad de Dios presentes en Jesús. Compartir a Jesús es permitir que su belleza atraiga o llevar a los jóvenes hacia Él. Compartir a Jesús es ofrecer al mejor amigo que los jóvenes pueden tener. Compartir a Jesús es compartir la acogida y el acompañamiento que Dios ofrece a todos, especialmente a los débiles, a los perdidos y a los pobres.
El «yo» de Jesús no se basa en una ilusión. Él encuentra su verdadero yo y su misión en Dios, al que llama Padre. «Creed que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Jn. 14, 11). En Jesús aprendemos que no podemos descubrir nuestro verdadero yo por aislamiento, sino solo en relación con Dios. Dios no nos privará de nuestra identidad. Al contrario, cuando Dios nos acoge y nosotros acogemos a Dios en nuestras vidas, descubrimos nuestro verdadero yo.
El «yo» de Jesús brilla en una relación de «nosotros» con Dios y el prójimo. «Como el Padre me ama, así os amo yo», dice Jesús en Juan 15, 9. Jesús acoge siempre la voluntad del Padre como guía en su misión. El amor a Dios lleva al amor a los demás. No son mutuamente excluyentes. Jesús añade:
«Ya no os llamo esclavos, porque un esclavo no sabe lo que hace su amo. Os he llamado amigos porque os he dicho todo lo que he oído a mi Padre» (Jn. 15, 15). En Jesús tenemos un amigo, un hermano compasivo y un pastor que da su vida por nosotros (Jn. 10, 15).
Las relaciones de Jesús con el «yo» y el «nosotros» abarcan a las muchas personas que la sociedad considera «ellos» o «ellas». Su familia no se limita a los lazos de sangre, sino que está abierta a los que obedecen la voluntad de Dios (cfr. Mc. 3, 31-35). Alaba como ejemplos de fe y valores a los considerados forasteros o paganos como la mujer sirofenicia (cfr. Mt. 15, 21-28), el generoso y buen samaritano en su parábola sobre hacerse prójimo (Lc. 10, 25-37), el ladrón arrepentido crucificado con Él (Lc. 23, 39-43) y el centurión romano que le confesó como Hijo de Dios cuando expiró (Mt. 27, 54). Se identificó con el hambriento, el sediento, el forastero, el desnudo, el enfermo, el encarcelado (Mt. 25). Todos ellos forman parte del «yo» y del «nosotros» de Jesús. Los que no se sentían acogidos en la sociedad encontraron en Jesús a un hermano acogedor.
El mundo considera a Jesús como un escándalo y una tontería. Pero en Jesús Crucificado vemos el amor más grande que ofrece un «yo» como regalo para que todos los «ellos» puedan vivir como «nosotros» en comunión con Dios, las hermanas, los hermanos y la creación. Jesús, el Amor Crucificado, es «el poder de Dios y la sabiduría de Dios» (I Cor. 1, 23).
Tercera parte
Llegados a este punto, me gustaría compartir algunas mentalidades, actitudes y enfoques que pueden ser útiles para acoger y acompañar a nuestros jóvenes en la fe y en los valores cristianos. Provienen de mi experiencia en el Sínodo de los Obispos sobre la Juventud y de mi vida pastoral. Evidentemente, no es una lista completa.
A) Preguntamos a los representantes de los jóvenes en el Sínodo cómo consideraban ellos y sus compañeros al clero y a los religiosos y religiosas o a los miembros de los institutos de vida apostólica. Los jóvenes les conceden el respeto que les corresponde y su posición en la Iglesia. Sin embargo, la mayoría de los jóvenes comentaron que los líderes de la Iglesia les parecen enfadados, inaccesibles, críticos, legalistas y sentenciosos que se centran en las normas, el orden y los defectos de las demás personas. Los jóvenes expresaron su deseo de tener líderes eclesiásticos dispuestos a escuchar, de fácil acceso, disponibles y orientados a las relaciones. Anhelan que les guíen en la oración, el discernimiento y la dirección de la vida.
B) También les preguntamos por su experiencia en las parroquias, escuelas católicas e instituciones. Muchos de ellos describieron nuestras instituciones como «frías». Las normas y las leyes cuentan más que las relaciones. Como muchos jóvenes proceden de familias heridas, anhelan encontrar en sus parroquias y otras instituciones de la Iglesia una experiencia de familia, de acogida y de aceptación. Los pobres, los emigrantes, los desplazados y los jóvenes solitarios se dirigen a las sectas religiosas en busca del calor de la familia. Por desgracia, algunos de ellos se convierten en víctimas de grupos criminales que les ofrecen una falsa sensación de compañía. No debemos olvidar que el entorno o el ambiente pueden ser portadores de la fe o bloquearla.
C) Preguntamos sobre su experiencia con los programas y métodos para la transmisión de la fe a los jóvenes. Muchos de ellos comentaron que la mayoría de los programas tienen un contenido y un enfoque muy intelectual, doctrinal y moralista. El lenguaje empleado es «ajeno» al mundo de los jóvenes. Con este método de mano dura, algunos jóvenes se sienten frustrados; algunos incluso se sienten alienados porque no se ven a sí mismos como lo suficientemente buenos o dignos para recibir la fe tal y como se les presenta. Llegan a la conclusión de que no pertenecen a la Iglesia, porque son débiles y pecadores. Los delegados del Sínodo clamaron por un enfoque más vivencial de la transmisión de la fe que toque sus corazones, sus heridas y sueños, sus experiencias y esperanzas. Las narraciones, la música, el teatro, las artes, los deportes y los símbolos deberían emplearse con más frecuencia. La oportunidad de implicarse en el servicio humanitario es un medio eficaz para transmitir la fe. La pastoral familiar incluye la formación de las familias para transmitir la fe a los jóvenes. El Papa Francisco nos recuerda que la pastoral juvenil debe ser «popular» y no elitista. Debe estar abierta a todo tipo de jóvenes y sus planteamientos deben abarcar la más amplia gama de sensibilidades.
D) No podemos evitar que los jóvenes utilicen las redes sociales. Las generaciones jóvenes han nacido en el mundo de Internet y de la red. Los líderes espirituales y pastorales deben aprender los entresijos de los medios sociales, especialmente sus efectos en los jóvenes, para poder guiarlos. Hay que promover el uso de los medios sociales para compartir la fe y los valores cristianos. Si los jóvenes habitan en ese mundo, debemos estar presentes en él y evangelizarlo. Y mientras los jóvenes crecen en el uso de la inteligencia artificial, debemos guiarlos en el desarrollo de la inteligencia contextual, la inteligencia relacional, la inteligencia cultural y la inteligencia inspirada.
E) No podemos ignorar la falta de confianza de los jóvenes hacia las instituciones, incluidas las religiosas. Su desconfianza puede impedirles recibir lo que nuestras instituciones les transmiten. La mejor manera de curar la desconfianza es dar un testimonio genuino de la fe y los valores que profesamos y les transmitimos. El testimonio sincero, amoroso, desinteresado y alegre de las personas e instituciones da carne y rostro al Jesús que anunciamos. Hay que redescubrir el mensaje de los jóvenes santos a las jóvenes generaciones de hoy. Nuestras parroquias e instituciones deberían esforzarse por ser como las primeras comunidades cristianas de los Hechos de los Apóstoles, capítulos 2 y 4, en llevar una vida coherente de escucha de la palabra de Dios, de oración, de sacramentos y de compartir con los pobres, para que más personas, los jóvenes, se adhieran a la fe.
Compartir la fe y los valores cristianos a las nuevas generaciones requiere una conversión por nuestra parte. Te invito a que añadas a esta lista propuestas basadas en tu rica fe y en tu servicio misionero. Como el joven Jesús, que trató pacientemente a sus jóvenes discípulos, seamos compasivos, esperanzados y alegres acompañantes o compañeros de viaje de los jóvenes.